Tras aquella breve parada, que me sirvió, sobre todo, para mojarme mas de lo que ya me había mojado, continué mi devenir a través de la montaña leonesa, disfrutando de la lluvia, de un té que me atizé en el refugio de Manjarín, y de la bajada hacia esa cosmopolita villa leonesa llamada El Acebo (mis bien torneadas piernas recuerdan con cariño esos kilómetros de barro y lajas de piedra, así como el curso del arroyo que sale de Riego de Ambrós y que algún listillo hizo coincidir con el trazado del Camino).
Y por fin, tras tres parasangas* mas de lluvia, llegue a la hermosa ciudad de Ponferrada, donde, en unión de otros descerebrados como yo, me atornajé vilmente y me fui a dormir. Y colorin colorado, esta cuento no ha hecho más que empezar.
Y ahora, queridas mias, iros a dormir, que yo velaré vuestro sueño. Besitos.
* Medida persa de distancia equivalente, más o menos, a una legua castellana.
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