viernes, 2 de enero de 2009

De dia no veo y de noche me espulgo


Pues resulta que en esta fría noche castellana, con mi hermoso cuerpo roto y cansado tras 3 intensas horas de gimnasio, me he puesto a recordar aquel viajecito dichoso que me llevó hasta el Océano Atlántico; y recordando recordando, examinando viejas fotos, he decidido, queridas mías, que os voy a contar, muy de vez en cuando, eso si, algunas de mis peripecias.
Y como no me apetece empezar por orden cronológico(eso lo hace cualquiera), empezare por aquella memorable jornada del 25 de abril, en la que bajo una gélida lluvia salí del Albergue el Pilar, en Rabanal del Camino (León), y encamine mis pasos hacia la Cruz de Ferro. Hermosa cuesta, si señor, que mi menda se ventiló en una hora y cuarto (es la ventaja de estar loco, uno no se cansa). Allí me saqué el retrato de rigor.

Tras aquella breve parada, que me sirvió, sobre todo, para mojarme mas de lo que ya me había mojado, continué mi devenir a través de la montaña leonesa, disfrutando de la lluvia, de un té que me atizé en el refugio de Manjarín, y de la bajada hacia esa cosmopolita villa leonesa llamada El Acebo (mis bien torneadas piernas recuerdan con cariño esos kilómetros de barro y lajas de piedra, así como el curso del arroyo que sale de Riego de Ambrós y que algún listillo hizo coincidir con el trazado del Camino).

Y por fin, tras tres parasangas* mas de lluvia, llegue a la hermosa ciudad de Ponferrada, donde, en unión de otros descerebrados como yo, me atornajé vilmente y me fui a dormir. Y colorin colorado, esta cuento no ha hecho más que empezar.

Y ahora, queridas mias, iros a dormir, que yo velaré vuestro sueño. Besitos.

* Medida persa de distancia equivalente, más o menos, a una legua castellana.

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